viernes, 30 de abril de 2010

Konzentrazió

Llegué temprano con la intención de ayudar en algo. Al principio éramos no más de una docena y nos sentíamos minúsculos, un poco ridículos en mitad de la inmensa plaza fuerte del poder, concebida para impresionar. Enfrente, el oscuro portalón de entrada al Ayuntamiento, flanqueado por cuatro guardianes que no se molestaban en disimular su indiferencia hacia el puñado de activistas novatos, tan solo una escena curiosa en la que ni siquiera reparaban los turistas. A nuestras espaldas, el Palau de la Generalitat. Y allí, justo en medio, estaban también ellas: tres mujeres viejas que permanecían juntas, observándolo todo, impasibles ante la agitación que causaron al llegar las primeras cámaras de TV. Intemporales. Difíciles de encajar, con sus batas de florecitas, diría que en zapatillas. Difíciles de ver para quien no sabe mirar. Nadie parecía querer reparar en ellas.

Al principio, yo también mantuve la distancia porque la vista discrimina y la mirada sentencia de forma automática: ¿qué hacen aquí estas abuelas?. Mientras el grupo se iba haciendo más numeroso, un vacío incómodo parecía crearse a su alrededor. Y sólo por eso, hipócrita cortés, me creí en la obligación de acercarme y preguntarles algo.

No creía que tuvieran nada que enseñarme aquellas ancianitas de la calle Sant Pau con Rambla del Raval, habitantes de la zona cero de este barrio infame. Pero ellas, sin alzar la voz, sin asomo de odio, me fueron narrando una vida de pesadilla, capeando a duras penas las miserias de la vejez -400 € de pensión- en este territorio sin ley ni orden donde no es raro encontrarse a las putas, blancas o negras, orinando en la escalera, donde el bullicio no cesa de día ni de noche, donde las batallas por controlar el territorio pueden llevarse por delante cualquier cosa, y ya casi nadie te entiende cuando sales a la calle. Pronto me dí cuenta de que no sólo costaba mirarlas: también costaba escucharlas.

Ellas, que lo han visto todo.

Me preguntaba cómo aún pueden resistir. Ellas que deben estar sintiendo sobre sus cabezas el batir de alas de los buitres de la especulación, siempre planeando sobre el Raval, esperando a que se mueran para transformar sus pisos en apartamentos turísticos. Tan frágiles y vulnerables, tan poco multiculturales, que cualquier recién llegado se atreve a llamarles racistas y a burlarse de sus tímidas quejas. Ellas, que no pueden defenderse. Ellas, a las que nadie defiende. Ayer cruzaron las Ramblas, cogiditas del brazo, para pedir un barrio digno que tal vez no lleguen a ver.

Ellas, que solo necesitan un poco de dignidad. Un banco para sentarse al sol, tranquilas. Una ciudad humana, un lugar para vivir.

Permíteme que te diga, Hereu, que si tuvieras la mínima decencia, deberías hacer todo lo que esté en tu mano para dárselo.

4 comentarios:

  1. Gracias por hacer visibles a esas ancianas, ninguneadas sistemáticamente por todo el mundo. Hay que recordar que nosotros, los vecinos honrados del Raval, estamos pidiendo poca cosa: que se cumpla la ley. Con esto ya tendríamos una convivencia digna (multicultural o no).

    Parece sencillo, ¿no?

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  2. Yo tambien estube alli, y poder gritar en la plaza Sant Jaume " volem un barri digne" hizo que sintiera que no estoy sola en el barrio, hay mas gente deseando cambiar las cosas. Gracias a los organizadores por darnos la oportunidad de que nuestras voces se escuchen.

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  4. Si no fuese por este tipo de inciativas estos ancianos que han ayudado a progresar a su barrio, a su ciudad y su país, pasarían al olvido. Deberían de tener un poco más de respeto y por supuesto vivir en un entorno digno y saludable.

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