La audiencia pública del distrito de Ciutat Vella del pasado día 3 fue para mí una primera vez. Y estoy agradecido, porque debo admitir que ya he llegado a una edad en que no tengo muchas oportunidades de revivir las emociones fuertes de la adolescencia. Desde luego, no puedo decir que afrontara esta vez mi cita con Itziar con la misma candidez –digamos que no tenía tantas expectativas- pero allá que me fui, movido la curiosidad.
Y debo decir que la cosa desbordó mis magras esperanzas.
En mi opinión, cabe destacar el alto nivel de las intervenciones. Los vecinos vinieron con los deberes hechos y se escucharon locuciones bien articuladas, insistiendo demasiado en la queja, quizás –todo el mundo sabe que no faltan motivos- pero también, muchas veces, siendo constructivos y demostrando un conocimiento de la realidad de su entorno que sería mucho más inteligente aprovechar para construir barrio y no desperdiciarlo irresponsablemente tratando de descalificarnos con argumentos no siempre tan meditados. Es cierto que, en ocasiones, las intervenciones fueron duras de escuchar para el gobierno municipal y también para la huidiza oposición. Pero, al menos, esta vez no se atrevieron a negar algunas evidencias.
A decir verdad, este alto nivel me sorprendió porque confieso que no siempre he valorado como se merecen a algunos convecinos. Pero lo que vi y escuché en esta audiencia me sirvió para recuperar en una tarde buena parte del espíritu de vecindad que en los últimos años había ido perdiendo. Porque, si algún barrio es ejemplo de poco cohesionado, éste es el nuestro. Y por eso, de algún modo, me enorgullece poder decir que esta vez un puñado de vecinos ha demostrado que saben defender juntos su derecho a la dignidad a pesar de todos los vientos que soplan en contra.
Sin embargo, lo que han creído oportuno destacar algunos comentarios en la prensa no ha sido precisamente esta modesta victoria de los vecinos en una lucha tan desigual, este pequeño triunfo de un grupo de personas corrientes, evidentemente desligadas de intereses que no sean completamente confesables y ajenas al indecente mercadeo de influencias que está dispuesto a llevarse por delante cualquier cosa.
Será porque nosotros no tenemos 20 millones de euros al año para gastar en campañas de publicidad.
viernes, 6 de noviembre de 2009
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Ven y cuéntalo
Más de una reina tenemos (o teníamos) ya en el Raval, pero la que nos visitó ayer es la Reina real, valga la redundancia. La que se encarga de todas esas inauguraciones tan lustrosas. Resulta que Su Majestad vino a inaugurar el (gran) Conservatorio del (gran) Teatre del Liceu, en la calle Nou de la Rambla.
La verdad es que últimamente, con tantas precauciones como se toman con la excusa del terrorismo global, estos actos de nuestros poderosos se desarrollan casi en la clandestinidad, de tan herméticos. Imagino que esta vez, cuando el encargado de organización supo que a Doña Sofia le tocaba venir nada menos que al Raval, debió decretar, torciendo el gesto, que nada de baños de masas y mucho menos en este barrio medio musulmán. Así que todo lo que le dejaron pisar a SM de nuestras calles debieron ser dos o tres baldosas, como mucho (y no me extrañaría que las hubieran cubierto con una alfombra). De esa manera, los vecinos sólo nos enteramos de su visita cuando ella ya estaba camino de la próxima inauguración.
Y me sabe mal, fíjate. Porque siendo SM tan sensible, y tan campechana, tal vez le hubiera gustado darse una vuelta por el vecindario. Seguro que muchos nos hubiéramos ofrecido para acompañarla. Sin ir más lejos, justo enfrente del conservatorio hubiera podido pasar a saludar a los mossos y luego, un poquito más allá, a cincuenta metros de la alfombra roja, hubiera podido encargar unas papelinas. O simplemente asomándose a la ventana del nuevo conservatorio, hubiera podido quedar para tomarse un traguito en Tetra Brik con los que acampan en el parque, justo detrás del flamante edificio. Otro agradable paseo hubiera sido acercarse hasta la muralla medieval de Drassanes, a menos de doscientos metros, para ver con sus propios ojos la fantástica narcosala que hay incrustada en ella y que con justicia se ha convertido en un atractivo turístico para junkies de toda Europa. Y si va en busca de lo auténtico, seguro que no habría dejado de sorprenderle una vuelta por la popular calle Sant Ramon, a no más de tres manzanas.
Le aseguro, Majestad, que hay experiencias que no pueden explicarse. Es mejor vivirlas.
Por eso le aconsejamos que en su próxima visita al Raval no desaproveche la oportunidad para hacer una escapadita. Comprenderá por qué nuestro lema es:
Raval. Ven y cuéntalo.
La verdad es que últimamente, con tantas precauciones como se toman con la excusa del terrorismo global, estos actos de nuestros poderosos se desarrollan casi en la clandestinidad, de tan herméticos. Imagino que esta vez, cuando el encargado de organización supo que a Doña Sofia le tocaba venir nada menos que al Raval, debió decretar, torciendo el gesto, que nada de baños de masas y mucho menos en este barrio medio musulmán. Así que todo lo que le dejaron pisar a SM de nuestras calles debieron ser dos o tres baldosas, como mucho (y no me extrañaría que las hubieran cubierto con una alfombra). De esa manera, los vecinos sólo nos enteramos de su visita cuando ella ya estaba camino de la próxima inauguración.
Y me sabe mal, fíjate. Porque siendo SM tan sensible, y tan campechana, tal vez le hubiera gustado darse una vuelta por el vecindario. Seguro que muchos nos hubiéramos ofrecido para acompañarla. Sin ir más lejos, justo enfrente del conservatorio hubiera podido pasar a saludar a los mossos y luego, un poquito más allá, a cincuenta metros de la alfombra roja, hubiera podido encargar unas papelinas. O simplemente asomándose a la ventana del nuevo conservatorio, hubiera podido quedar para tomarse un traguito en Tetra Brik con los que acampan en el parque, justo detrás del flamante edificio. Otro agradable paseo hubiera sido acercarse hasta la muralla medieval de Drassanes, a menos de doscientos metros, para ver con sus propios ojos la fantástica narcosala que hay incrustada en ella y que con justicia se ha convertido en un atractivo turístico para junkies de toda Europa. Y si va en busca de lo auténtico, seguro que no habría dejado de sorprenderle una vuelta por la popular calle Sant Ramon, a no más de tres manzanas.
Le aseguro, Majestad, que hay experiencias que no pueden explicarse. Es mejor vivirlas.
Por eso le aconsejamos que en su próxima visita al Raval no desaproveche la oportunidad para hacer una escapadita. Comprenderá por qué nuestro lema es:
Raval. Ven y cuéntalo.
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